
Ciudad de Buenos Aires
Luna Park,
Av. Eduardo Madero 420
¡Rompan todo! El 20 de octubre de 1972, mientras promediaba un Gran Festival del Rock con los shows de Aquelarre, Color Humano, Litto Nebbia, Pappo's Blues y Pescado Rabioso, La Pesada sucumbió a la violencia generalizada y alguien descerrajó el célebre grito. A pesar de los daños y su caja abovedada, pesadilla de bandas y sonidistas, el Palacio de los Deportes no rompió relaciones con el rock. La despedida de Sui Géneris y la presentación de El jardín de los presentes fueron, a mediados de los setenta, dos grandes hitos del romance.
Lo que sonaba
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Itinerarios
El joven Charlie: Conservatorio Thibaud-Piazzini, Teatro ABC, Luna Park, La casa de Cucha Cucha
La inmediata centralidad de Charly García en el panorama del rock argentino está inscripta en su cartografía. De su infancia en el Conservatorio Thibaud-Piazzini al réquiem estelar de Sui Generis en el Estadio Luna Park se dibuja la espiral de asalto al centro. En la huella citadina también están las claves de su estilo. García es la penúltima ilusión de una fantasmagoría porteña: la Reina del Plata, con su negro corazón tanguero, como faro de las bellas artes y bastión de una burguesía refinada con tics aristocráticos, que se vio inundada por la ola pop de los sesenta.
De la residencia con balaustradas de hierro en Av. José María Moreno 63 al austero 9°B de Vidt 1955: la mudanza del físico, químico, matemático y emprendedor Carlos Jaime García Lange y su esposa Carmen Moreno poco después del nacimiento de Charly se debió a la bancarrota de la fábrica de muebles familiar, que forzó la venta de la casa y de una quinta en Paso del Rey. Carmen empezó a trabajar como productora de radio y televisión, lo que tuvo un efecto en la sensibilidad de su primogénito. La soledad y la decadencia pasaron a formar parte del umbral emocional de Carlitos, en cuya piel apareció el vitíligo como contramarca. Y le mostró el mundo de los artistas y los discos, que llegaban por cortesía de las discográficas.
García cultivó una relación con la música que probó ser más que apego en dos leyendas que transcurren en Vidt. En la primera, Carlitos toca Torna a Sorrento al piano en un departamento vecino, ganándose así su matrícula para el Thibaud-Piazzini. La segunda ocurre años más tarde: Carmen, que trabaja para Folklorísimo, recibe asiduamente a figuras del cancionero popular. Mercedes Sosa, por ejemplo. Esta vez está Eduardo Falú. El salteño muestra su repertorio a la guitarra. Impertinente, el niño García avisa que hay una cuerda desafinada. Incluso señala cuál. Falú da la razón: el chico tiene algo especial.
La vivienda de la calle Vidt ingresará al croquis del rock con Vida. Como una buhardilla de Notthing Hill, el aire del 9°B está impregnado del fatalismo romántico de las primeras canciones de García. Del gótico urbano de Mariel y El Capitán, del existencialismo juvenil de Dime quién me lo robó. Allí se tomaron el retrato con horizonte de antenas y terrazas y la emblemática portada, con los dos ex alumnos del Instituto Dámaso Centeno (Rivadavia 5550) con un paredón como respaldo.
Una sentada que también era un descanso. En la prehistoria quedaban los fogueos en Lincoln, Vedia y Mar del Plata, en el verano de 1972, previo al servicio militar de García en Campo de Mayo y el Hospital Militar, que daría pie a Canción para mi muerte y Botas locas. Shows promovidos por un vecino de Vidt y amigo de Carmen Moreno, Pierre Bayona, que produjo otros en Sala Planeta, Auditorio Kraft y el ciclo en el Teatro ABC, que marca el desembarco de Sui Generis en el núcleo de los swinging sixties porteños, justo cuando el arte pop mudaba al compromiso político. En el público estaba María Rosa Yorio, con quien García vivirá un idilio bohemio en Cucha Cucha 52 hasta fines de 1975.
Para entonces, ya era habitué de las luces del centro: como preámbulo de Adiós Sui Generis, el grupo tocó en los teatros Gran Rex, Coliseo y Astral. García ya no perderá centralidad. En 1976 le dará rodaje a La Máquina de Hacer Pájaros con una residencia en La Bola Loca, una sala para 200 personas en Maipú 850 atribuida al músico de tango Atilio Stampone. Un índice de lo que buscaba García: una progresiva moderna y rockera, con señas de identidad de la música popular porteña.
De allí en adelante y hasta su consagración solista, García habitará la ciudad como el ángel de Las alas del deseo: sin hogar, oyendo soliloquios anónimos para ponerlos en canciones. Y regresando cíclicamente al Luna Park para nuevas epopeyas: El Festival del Amor, en noviembre de 1977, y el debut de Serú Girán en el Festival de la Genética Humana, en julio de 1978, antes del célebre fracaso en el recién inaugurado Estadio Obras.
Por Luciano Lahiteau
Spinetta en los 70s: Arribeños / Luna Park / Phonalex / Parque Centenario
Una crónica del año 1970 en Primera Plana relata: “la madrugada del sábado 26 de septiembre, en esa casi Abbey Road de Moreno al 900, el sereno de los estudios TNT trajinó un centenar de veces hasta el portón de hierro. Evaporados de los aguantaderos habituales, Spinetta, Molinari, Del Guercio y García, esa noche grabaron durante diez horas los primeros temas del último LP que realizarán en conjunto para la RCA”. Los Estudios TNT, como si fueran una casa de antropólogos del futuro, vieron gestar el que sería el álbum doble de Almendra. A lo largo de los siguientes años, Luis Alberto Spinetta recordó que aquella noche los pasillos y las escaleras del estudio se llenaron de seguidores de la banda sospechando la peor noticia. El último capítulo de su banda favorita. El tiempo les traería revancha. Las obras de un ángel gris.
La teca se acordó con Norberto Orliac. Artaud, el disco tangente de Pescado Rabioso y el mejor del rock argentino, se grabaría en los estudios Phonalex. Lo que cambió fue el modo: Luis Alberto Spinetta lo registraría de noche. Un gesto que no sólo disminuía gastos sino que mejoraba el clima calmo de la obra inspirada en el poeta surrealista. Phonalex reunía, además, el instrumental técnico adecuado para generar el sonido que Pescado Rabioso había patentado entre esas paredes acustizadas. Más allá del personal (los pocos músicos, los técnicos), Pomo Lorenzo era el único testigo privilegiado. Una noche, cuando abandonaban el estudio con la primavera acechando, volvieron tan solos por Santa Fe que pasaron varios semáforos en rojo, voltearon un faro de luz y nadie se dio cuenta. La historia entre Pomo Lorenzo y Spinetta tendría un nuevo capítulo casi al instante. Antes tuvieron que arreglar la óptica del auto.
Si vas a la casa de Pomo en La Paternal vas a ver un cuadro de Invisible en la primera habitación que funciona como living. El batero lo va a señalar y te va a decir que fue la mejor banda de Spinetta. Por supuesto: Pomo integró ese trío, luego cuarteto. Y aunque el tiempo avanzó muy rápido para la vida artística de Spinetta, aún con Invisible los ensayos seguían siendo en la casa de Arribeños. En ese período de 1973-1976, las paredes detrás de la puerta con número 2853 se volvieron cósmicas y algo progresivas. En esa misma casa, también ensayaron Almendra y Pescado Rabioso. En la pieza de arriba, Spinetta se enamoró de Patricia Salazar y juntos se metieron en la mente de Antonin Artaud. Árbol, hoja, salto, luz, aproximación.
A nueve años de su separación, Almendra eligió Obras para volver y, además, registrar el único disco en vivo de su historia. Reventaba el calor de aquel diciembre de 1979 cuando Luis Alberto se acercó al micrófono y marcó el inicio con la bajada de siempre: “Un, dos, tres, va… Ana no duerme”. Esa fue, también, la canción (grabada originalmente en Almendra -1969-) que quedó como inicio en el disco oficial. Después llegaría la grabación de El valle interior (1980) pero esa es otra historia. Ese Obras para el regreso de Almendra también tuvo imagen. Unas pensadas para una película que nunca llegó a buen puerto. Y otras para recibirlo nuevamente con Spinetta Jade antes que la democracia vuelva a salir por el horizonte.
Por Facundo Arroyo