
Ciudad de Buenos Aires
La casa de Cucha Cucha,
García Lorca 52
Charly y María Rosa convivieron en el 5° C entre 1973 y 1976, tras una temporada en una pensión de Aráoz y Soler. Del mobiliario destacaban el equipo Audinac y LPs como Blue, The Dark Side Of The Moon y Artaud. Luego del Adiós y antes de casarse, cambiaron el departamento por el Hotel Impala, en Libertad y Arenales, donde despilfarraron el caché antes del golpe militar. Cucha Cucha permaneció en la memoria. García la saludó desde una limusina camino a Ferro en 1982 y la señaló desde el mismo escenario en 1993: “por ahí vivía yo, qué lindas épocas”. En los ochenta, Yorio recuperó el repertorio íntimo con su ex al piano: “El que hacíamos cuando nos conocimos. En la pensión, en Cucha Cucha, cuando estábamos enamorados”.
Lo que sonaba
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Itinerarios
El joven Charlie: Conservatorio Thibaud-Piazzini, Teatro ABC, Luna Park, La casa de Cucha Cucha
La inmediata centralidad de Charly García en el panorama del rock argentino está inscripta en su cartografía. De su infancia en el Conservatorio Thibaud-Piazzini al réquiem estelar de Sui Generis en el Estadio Luna Park se dibuja la espiral de asalto al centro. En la huella citadina también están las claves de su estilo. García es la penúltima ilusión de una fantasmagoría porteña: la Reina del Plata, con su negro corazón tanguero, como faro de las bellas artes y bastión de una burguesía refinada con tics aristocráticos, que se vio inundada por la ola pop de los sesenta.
De la residencia con balaustradas de hierro en Av. José María Moreno 63 al austero 9°B de Vidt 1955: la mudanza del físico, químico, matemático y emprendedor Carlos Jaime García Lange y su esposa Carmen Moreno poco después del nacimiento de Charly se debió a la bancarrota de la fábrica de muebles familiar, que forzó la venta de la casa y de una quinta en Paso del Rey. Carmen empezó a trabajar como productora de radio y televisión, lo que tuvo un efecto en la sensibilidad de su primogénito. La soledad y la decadencia pasaron a formar parte del umbral emocional de Carlitos, en cuya piel apareció el vitíligo como contramarca. Y le mostró el mundo de los artistas y los discos, que llegaban por cortesía de las discográficas.
García cultivó una relación con la música que probó ser más que apego en dos leyendas que transcurren en Vidt. En la primera, Carlitos toca Torna a Sorrento al piano en un departamento vecino, ganándose así su matrícula para el Thibaud-Piazzini. La segunda ocurre años más tarde: Carmen, que trabaja para Folklorísimo, recibe asiduamente a figuras del cancionero popular. Mercedes Sosa, por ejemplo. Esta vez está Eduardo Falú. El salteño muestra su repertorio a la guitarra. Impertinente, el niño García avisa que hay una cuerda desafinada. Incluso señala cuál. Falú da la razón: el chico tiene algo especial.
La vivienda de la calle Vidt ingresará al croquis del rock con Vida. Como una buhardilla de Notthing Hill, el aire del 9°B está impregnado del fatalismo romántico de las primeras canciones de García. Del gótico urbano de Mariel y El Capitán, del existencialismo juvenil de Dime quién me lo robó. Allí se tomaron el retrato con horizonte de antenas y terrazas y la emblemática portada, con los dos ex alumnos del Instituto Dámaso Centeno (Rivadavia 5550) con un paredón como respaldo.
Una sentada que también era un descanso. En la prehistoria quedaban los fogueos en Lincoln, Vedia y Mar del Plata, en el verano de 1972, previo al servicio militar de García en Campo de Mayo y el Hospital Militar, que daría pie a Canción para mi muerte y Botas locas. Shows promovidos por un vecino de Vidt y amigo de Carmen Moreno, Pierre Bayona, que produjo otros en Sala Planeta, Auditorio Kraft y el ciclo en el Teatro ABC, que marca el desembarco de Sui Generis en el núcleo de los swinging sixties porteños, justo cuando el arte pop mudaba al compromiso político. En el público estaba María Rosa Yorio, con quien García vivirá un idilio bohemio en Cucha Cucha 52 hasta fines de 1975.
Para entonces, ya era habitué de las luces del centro: como preámbulo de Adiós Sui Generis, el grupo tocó en los teatros Gran Rex, Coliseo y Astral. García ya no perderá centralidad. En 1976 le dará rodaje a La Máquina de Hacer Pájaros con una residencia en La Bola Loca, una sala para 200 personas en Maipú 850 atribuida al músico de tango Atilio Stampone. Un índice de lo que buscaba García: una progresiva moderna y rockera, con señas de identidad de la música popular porteña.
De allí en adelante y hasta su consagración solista, García habitará la ciudad como el ángel de Las alas del deseo: sin hogar, oyendo soliloquios anónimos para ponerlos en canciones. Y regresando cíclicamente al Luna Park para nuevas epopeyas: El Festival del Amor, en noviembre de 1977, y el debut de Serú Girán en el Festival de la Genética Humana, en julio de 1978, antes del célebre fracaso en el recién inaugurado Estadio Obras.
Por Luciano Lahiteau